Mientras Milei ocupa la agenda mediática incendiando micrófonos, redes sociales y puentes políticos, su vicepresidenta parece jugar a otro juego: el del silencio eficaz. El contraste no puede ser más elocuente. Donde Milei ve enemigos, Villarruel ve interlocutores. Mientras él ensaya monólogos libertarios, ella teje en voz baja. A simple vista parece una funcionaria menor, decorativa, la cuota institucional del caos. Pero bajo ese perfil calmo y ceremonial, hay poder en construcción.
En un gobierno que se jacta de “ir por todo”, Villarruel aparece como la excepción: ordenada, previsible, negociadora. Mientras Milei tuitea contra la “casta” con la furia de un influencer despechado, ella recibe senadores, escucha a gobernadores y se saca selfies con dirigentes que su jefe detesta.
Y no es que sea moderada. Villarruel no es tibia: reivindica abiertamente a las Fuerzas Armadas, relativiza los crímenes de la última dictadura y se abraza con sectores del catolicismo conservador. Pero lo hace sin estridencias, sin provocar. En un país con memoria frágil, esa agenda puede pasar como “racional” frente al desquicio cotidiano.
Lo notable es que el Senado, ese club de egos en retirada, la respeta. Ella, que no es de la política tradicional, se mueve como si lo fuera. Es la que representa al Ejecutivo en el Congreso, aunque muchas veces parezca que no lo representa del todo. El peronismo la trata con una deferencia que a Milei le niega. La oposición blanda la ve como “dialoguista”. Y los libertarios puros empiezan a verla como un plan B de cara al 2027.
Esa construcción silenciosa mañana tendrá una prueba de fuego: el tratamiento del proyecto de Ficha Limpia en el Senado. La iniciativa, que busca impedir que personas condenadas por corrupción accedan a cargos electivos, es una de las banderas simbólicas del oficialismo para mostrar una moral renovadora que, por ahora, no llega a los cargos públicos. Y allí aparece Villarruel como pieza clave: su rol para destrabar consensos llevó a que aquel proyecto en Diputados tuviera un dilato estratégico, tácitamente aceptado. El tratamiento apresurado en el recinto podría haber hecho naufragar la ley en un abrir y cerrar de ojos. Villarruel fue astuta: incluso cuando su jefe de bloque, Ezequiel Atuche, recibía presiones desde el entorno más cercano a Milei —en la figura omnipresente de Santiago Caputo—, ella supo ordenar la discusión, abrochar los votos de los bloques provinciales y garantizar que el tratamiento tenga mañana un aval por escrito de quienes acompañarán positivamente el proyecto.
No se trata solo de una ley. Se trata de consolidar un perfil. Villarruel quiere ser vista como la garante de la institucionalidad, la que hace funcionar el Congreso mientras el Presidente juega al anti-sistema. Que la Ficha Limpia avance o no este miércoles dependerá en buena medida de su capacidad de convencimiento y acuerdo político. Es su oportunidad de liderar sin alzar la voz.
Y claro, la iniciativa no tarda en incomodar al kirchnerismo, que vuelve a su terreno favorito: ante la posibilidad de aprobación de la ley, retornan las fábulas de proscripciones y persecuciones políticas. Porque si la norma se aprueba tal como está planteada, podría significar el fin definitivo de las aspiraciones electorales de Cristina Fernández de Kirchner. Algo que la propia justicia no se ha animado a formalizar: CFK acaba de gastar su última ficha recusando al juez Lorenzetti —magistrado que su propio marido nombró durante su presidencia— en un intento desesperado por ganar algo de tiempo hasta que la Corte decida. Todo esto ahora podría quedar resuelto por una votación parlamentaria. En su habitual gimnasia discursiva, el kirchnerismo ya ensaya la narrativa de que esta norma es parte de una conspiración para impedir el regreso de su lideresa. Como si tener una condena por corrupción firme no fuera suficiente causal de inhabilitación moral en cualquier democracia seria.
Tal vez no estemos viendo a la vice de un gobierno libertario. Tal vez estemos viendo a la verdadera operadora del mileísmo. En la Argentina de los gritos, ella construye poder con el murmullo. Y si el Senado termina votando como ella quiere, quedará claro que la dama de hierro no necesitó romper platos para poner la casa en orden. Y todo sin gritar ni una sola vez en una cadena nacional.