La política nacional volvió a estallar esta semana: el Senado votó una serie de medidas que incomodaron al gobierno de Javier Milei. Con amplia mayoría, se aprobó una suba en las jubilaciones y un refuerzo para las cajas provinciales. Fue, sin vueltas, una derrota legislativa que descolocó al Ejecutivo.
La respuesta no tardó: desde Casa Rosada salieron a cruzar a los senadores, hablaron de “traición”, de “plan golpista” y, cómo no, prometieron el veto.
Lo que Milei presentó como orden fiscal, gran parte del país lo está empezando a vivir como asfixia. Los datos no son abstractos: los sueldos siguen perdiendo, el desempleo crece, los comedores comunitarios no dan abasto y los servicios provinciales —salud, educación, transporte— están siendo recortados. El superávit, logrado a fuerza de hachazos, se defiende con cadenas nacionales y ataques por redes, mientras la Argentina real transita el frío, el hambre y la incertidumbre.
Esta semana, además, el Senado mostró algo inusual: una oposición articulada. No solo votaron juntos peronistas y radicales, sino que también acompañaron referentes provinciales de distinto signo político. No fue un capricho partidario: fue un gesto institucional frente a un gobierno que parece creer que gobernar es mandar sin diálogo. Y que frente al menor límite, responde con furia, como si los otros poderes del Estado fueran enemigos a eliminar.
Mientras, en Buenos Aires, se lanzaban acusaciones, amenazas de veto y comunicados grandilocuentes, en Misiones pasó algo muy distinto. En silencio, sin flashes ni cadena nacional, el gobierno provincial puso en marcha un programa para asistir a niños y niñas en situación de vulnerabilidad. El plan incluye asistencia alimentaria, acompañamiento sanitario, controles de crecimiento y visitas domiciliarias en barrios populares y zonas rurales.
En vez de escándalos institucionales, hubo abordaje territorial. En lugar de discursos apocalípticos, hubo gestión. Y mientras en el Congreso se hablaba de déficit, en Posadas y en el interior se pensaba en cómo llegar con una copa de leche, con una vacuna, con una respuesta concreta. No es una revolución ni una epopeya: es una política pública que pone a la infancia en el centro.
El contraste es evidente. Mientras la Nación anuncia recortes desde un Excel, la provincia se acerca a quienes más lo necesitan. Mientras algunos se obsesionan con los mercados, otros todavía piensan en las personas. Porque, al final, no hay superávit que valga si un chico no come, si un abuelo no cobra lo justo, si una escuela no puede abrir.
Y no se trata de idealizar ni de comparar modelos perfectos. Misiones tiene sus problemas, y muchos. Pero cuando el Gobierno Nacional está en guerra con todos, hay gestos que marcan una diferencia. Esta semana, Misiones eligió no sumarse al griterío, y enfocarse en algo elemental: cuidar a sus gurises.
Mientras Milei insiste con gobernar por decreto y convertir cualquier límite institucional en una traición, hay provincias que entienden que la política también es cercanía. Que no todo pasa por el lobby empresarial ni por la tribuna de las redes. Que hay realidades que no se tuitean: se abordan.
Tal vez esa sea la diferencia más grande de esta semana. Mientras desde arriba se discute quién tiene más poder, desde acá abajo se sigue peleando por vivir un poco mejor. Y aunque eso no salga en cadena nacional, también es parte del país que queremos construir.