Martín Miguel de Güemes no fue solo un caudillo salteño. Su figura, muchas veces relegada frente a nombres como San Martín o Belgrano, merece estar al mismo nivel por el papel clave que cumplió en el norte del país, conteniendo el avance realista y sosteniendo con su ejército de gauchos —los legendarios “Infernales”— la causa emancipadora desde las fronteras.
Nacido en Salta el 8 de febrero de 1785, Güemes fue el único general argentino muerto en combate, defendiendo la patria. Tenía solo 36 años cuando una bala lo hirió gravemente en la cadera durante un enfrentamiento con fuerzas realistas. La herida, que nunca cicatrizó debido a su condición de hemofílico, marcó el inicio de sus últimos días. Fue trasladado al monte, a la Cañada de la Horqueta, donde resistió durante diez jornadas en un catre de campaña, al aire libre, rodeado de sus hombres.
En esos momentos finales, su temple se mantuvo intacto. Rechazó una oferta española que incluía una operación para salvarle la vida, un exilio cómodo en Perú y seguridad para su familia. A cambio, debía rendirse. Pero los invasores no conocían a Güemes: debilitado por la gangrena, convocó a su segundo jefe y le exigió juramento de fidelidad hasta la liberación total de la patria. Murió el 17 de junio de 1821.

Su legado fue inmediato. Pocas semanas después, sus gauchos vengaron su muerte al derrotar al jefe realista “Barbarucho” Valdés, logrando la expulsión definitiva de los españoles de Salta.
La historia de Güemes no puede contarse sin mencionar a su esposa, Carmen Puch, con quien tuvo tres hijos. La historia dice que Carmen, bella y joven, no resistió la pérdida de su esposo. Murió menos de un año después, a los 25 años, envuelta en una profunda depresión. “Mi Carmen no tardará en seguirme; morirá de mi muerte, así como vivió de mi vida”, había dicho él antes de morir. Y así ocurrió.
El legado histórico de Güemes
Güemes formó parte esencial del plan continental de San Martín. Su compromiso con la Revolución de Mayo fue total desde el inicio, participando en las Invasiones Inglesas, la defensa del Alto Perú y el sitio a Montevideo. Fue gobernador de Salta durante seis años, y nunca rompió vínculos con las Provincias Unidas, a pesar de sus diferencias con Buenos Aires. Esa decisión fue crucial para que en 1816 pudiera sesionar el Congreso de Tucumán y declararse la independencia.
Su lucha no fue solo militar. Fue un defensor férreo de sus tropas. En 1817, cuando el Congreso reconoció derechos para las milicias nacionales pero excluyó a los gauchos del norte, Güemes se indignó. Escribió de puño y letra un documento que empezaba con una frase inolvidable: “Debo mandar, y mando”. Exigió para sus hombres los mismos privilegios que para los soldados oficiales. Y lo logró. Su ascendiente popular era tan grande que ni Pueyrredón se atrevió a negarle nada.
La figura de Güemes representa el coraje, la lealtad y la capacidad de liderazgo de un hombre que vivió y murió por la libertad. En palabras del historiador Miguel Ángel de Marco, “la semblanza de los máximos héroes de nuestra independencia no está completa sin la vida de Martín Miguel de Güemes”.
Hoy, más de 200 años después de su muerte, su nombre sigue resonando con fuerza en el norte argentino. Su espíritu vive en las montoneras, en las zambas que lo recuerdan, y en el pueblo que lo reconoce como lo que fue: un héroe nacional imprescindible para comprender nuestra independencia. Porque donde hubo patria en juego, estuvo Güemes.

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