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Esta semana, el Gobierno nacional celebró la aprobación de una revisión técnica del FMI que libera un desembolso de 2.000 millones de dólares, y una mejora en la calificación crediticia por parte de Moody’s. También se destacó un crecimiento del 28 % en la producción de Vaca Muerta, que alimenta la narrativa de una Argentina energética, exportadora y alineada con los intereses del mercado.
Para quienes miran desde el Excel, son buenas noticias. Para quienes viven en la calle, la historia es otra.
La inflación baja, sí, pero a fuerza de licuar salarios, congelar jubilaciones y paralizar el consumo. El desempleo ya roza el 8 %, la actividad industrial sigue estancada y la construcción se desplomó. En el interior del país, el panorama es aún más crudo: comercios que cierran, economías regionales en crisis, obras detenidas y un Estado ausente que ya no cumple siquiera sus funciones mínimas.
A eso se suma el deterioro del debate público. Un informe de la consultora Ad Hoc reveló que desde 2023 se registraron más de 27 millones de insultos en redes sociales, con un aumento del 90 % en la agresividad verbal. El presidente Javier Milei encabeza ese ranking, con más de 1.500 insultos públicos emitidos o compartidos. Este modelo de comunicación, lejos de ser anecdótico, construye un clima social enrarecido, donde la violencia virtual se filtra en la vida real, se normaliza y se multiplica. En lugar de palabras que curen, el poder lanza dardos. En lugar de propuestas, ataques.
Frente a este escenario nacional de gritos y parálisis, Misiones ofrece un ejemplo silencioso pero potente. Esta semana, la provincia presentó una nueva etapa del plan de industrialización del agro, con foco en el agregado de valor a la yerba mate, el té, la madera y las frutas tropicales.
A diferencia del modelo nacional, que insiste en exportar materias primas sin transformación, Misiones apuesta a generar empleo local, fortalecer el entramado productivo y acompañar al pequeño productor. No es una medida aislada ni una declaración simbólica: es una política concreta, con presupuesto y dirección.
En el marco del Parque Industrial Posadas y otros polos productivos en el interior, se impulsa el desarrollo de pequeñas y medianas empresas que procesen lo que la tierra produce. Se trata de un modelo más humano, más inteligente y más estratégico. Mientras el Gobierno nacional se obsesiona con el equilibrio fiscal y el ajuste perpetuo, Misiones intenta sostener la inversión pública, el empleo local y el desarrollo federal. Esa diferencia no es menor: habla de prioridades, de sensibilidad y de visión política.
Claro que Misiones no es una isla. Los desafíos son enormes: informalidad laboral, pobreza estructural, brechas digitales, falta de crédito. Pero lo que diferencia a un proyecto de un experimento es el sentido. Y acá el sentido está puesto en cuidar. Mientras Nación recorta y destruye, Misiones acompaña y construye. Mientras en Buenos Aires se festejan gráficos, en el NEA se defienden puestos de trabajo.
La violencia discursiva también golpea a las provincias. Funcionarios locales, docentes, periodistas y ciudadanos son blanco constante de burlas, fake news o campañas anónimas en redes sociales. El modelo de confrontación vertical impuesto desde la Casa Rosada contagia hacia abajo y envenena el diálogo democrático. Por eso, sostener una agenda de desarrollo con paz social también es un acto político. En tiempos donde gritar rinde más que gestionar, elegir el camino del trabajo y el respeto es una decisión valiente.
La pregunta de fondo sigue intacta: ¿para quién se gobierna? Si el norte es satisfacer a los organismos financieros y al mercado, el sur queda olvidado. Si gobernar es destruir, ajustar y señalar, el daño será profundo. Pero si gobernar es cuidar, acompañar y sembrar, entonces hay futuro. Y ese futuro no se construye con likes ni cadenas nacionales: se construye con hechos concretos, con decisiones que llegan a la chacra, al aserradero, al aula rural.
El modelo nacional no tiene por qué ser el único modelo posible. En la Argentina que se viene, el desafío es mirar más allá del AMBA y entender que hay otra manera de hacer política. Más cercana, más humana, más coherente. Misiones, con sus limitaciones, demuestra que se puede gobernar sin gritar, invertir sin endeudarse, producir sin contaminar, crecer sin excluir.
El país necesita volver a creer. Y para eso, necesita ejemplos. No épicas grandilocuentes, sino políticas públicas que mejoren la vida. En esa dirección, el aporte silencioso de las provincias es más valioso que cualquier eslogan. Porque al final, entre tanta pirotecnia discursiva, lo que queda son los hechos. Y cuando esos hechos están del lado de la gente, vale la pena destacarlos.